Cuando tenemos un dolor de garganta que dura varios días, acudimos al médico para que nos examine y nos de una serie de pautas y medicamentos que nos ayuden a hacer desaparecer ese dolor de garganta. Asumimos y no escondemos que tenemos un problema de salud (en este caso física) e incluso lo verbalizamos en nuestro entorno: “no veas qué noche he pasado, no he pegado ojo por el dolor de garganta”.
¿Pero qué ocurre cuando llevamos un tiempo sintiéndonos ansiosos, tristes, desbordados? En ocasiones lo ocultamos, en otras lo hablamos con nuestro círculo más cercano y/o intentamos ponerle nuestros propios remedios, pero esto no siempre funciona.
¿Por qué nos cuesta tanto acudir a un profesional de la salud mental para que nos oriente y nos indique cómo podemos cuidarnos para que ese malestar desaparezca?
¿Por qué nos cuesta asumir que tenemos un problema de salud mental y que necesitamos ayuda como en el caso del dolor de garganta?
Entre otras muchas razones (sin entrar en debates socio-políticos) por el estigma y rechazo social que provoca.
La situación que ha desencadenado la pandemia y el confinamiento ha sacado a relucir la importancia de la salud mental. Cada vez son más los rostros conocidos que hablan sobre los problemas psíquicos que han atravesado en un intento de normalizar y desestigmatizar, pero en el fondo seguimos pensando que tener una alteración mental es sinónimo de estar loco.
Es importante que revisemos nuestros juicios y SIN VERGÜENZA permitirnos pedir ayuda.
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